música
En mis charlas cuento que nunca es tarde para aprender. Que, con suficiente motivación y esfuerzo, podemos transformar cosas que a priori parecen inimaginables. Incluso aquellas para las que siempre hemos sido más bien torpes, las que sentimos que no van con nosotros; dones que la vida no nos ha dado. Así era para mí la música. Un objeto de deseo inalcanzable. Desafinaba, no tenía ritmo, no podía tocar un instrumento, ni siquiera tenía mucha música escuchada.
Hace unos pocos años, con la motivación de poder cantar y tocar la guitarra con la gente que más quiero, decidí ser yo el sujeto de un nuevo experimento. Poner a prueba, en mi propio cuerpo, todo lo que había pregonado sobre el aprendizaje y nuestra fabulosa capacidad de cambio. Tenía, a mi favor, una idea general sobre aprender a aprender. Sabía navegar en la tormenta del desaliento: persistir con esfuerzo, sin diverger en el espacio de búsqueda y con buenos maestros que guíen la práctica deliberada. Así, después de unos años de guitarra, composición, canto y producción llegué a este disco al que titulé por las razones que aquí cuento: Experimento.
Ha sido para mí un viaje inédito, a un lugar sorprendente, mágico e inusitado. La música no es tan distinta de la ciencia, se trata de explorar los límites, encontrar formas y patrones. Pero tiene una capacidad fabulosa para unirnos y sincronizarnos. Como en cualquier buen viaje, en esta excursión iniciática al país de la música fui con la gente que más quiero y el disco terminó siendo una excursión íntima plagada de emociones.
Cuando compuse mi primera canción me pareció la melodía más extraordinaria que se haya hecho. Sé que no es así, por supuesto, pero como en las buenas ilusiones visuales esta convicción racional no quita la magia de la percepción. Es muy estimulante trabajar en algo que percibimos con tanto amor, con menos juicio, y con el placer cándido de los juegos infantiles. Así ha sido para mi este viaje que aquí llega a su primera parada, con las once canciones de este experimento.